martes, 14 de octubre de 2008

Marcelo Palacios y sus miserias futboleras




EL MEJOR EXPONENTE

DE LA DECADENCIA

DEL PERIODISMO DEPORTIVO

DE NUESTROS DÍAS


Recuerdo que en mi época de pibe, los chicos del barrio nos reuníamos en un baldío próximo a nuestras casas en el barrio de Almagro. En ese lugar, que más tarde ocupó una recordada "calesita", se armaban los acostumbrados picados de la media tarde después del cole y los de la mayor parte del día durante los fines de semana.

Por lo general, eran partidos en los que utilizábamos una pelota de goma reseca y desinflada, que fue el saldo que nos quedó después que Montaño, un wing que hizo su carrera en Huracán y en Boca, se encargó de reventarla de un puntazo contra un árbol cuando la vio picando frente a sus narices al salir de la pensión donde vivía y que estaba ubicada frente al baldío.

En aquella oportunidad, Elio (ese era su nombre), pidió tímidamente disculpas a los chicos y siguió su camino avergonzado, con la mirada clavada en el piso, aunque algo extraviada porque era virola.

Pero el gran momento de felicidad se daba cuando aparecía en escena "el gordo Peter", el dueño de una pelota de verdad, esa de gajos, la cinco que tanto deseábamos, la de tiento que fabricaba Sportlandia, casualmente en un edificio lindero. Esa era la pelota envidiada por todos los pibes porque para darse uno el gusto de poseerla teníamos que convencer a papá siempre y cuando le sobraran unos morlacos en algún cumpleaños.

Esa necesidad de disfrutar del juego con una pelota verdadera, nos obligaba a bancar al gordo Peter y no existía fórmula capaz de dejarlo fuera de los partidos. Porque el gordo era un contrapeso, sólo sabía dar pisotones y mover los brazos como aspas, pero la pelota le pasaba entre las piernas. Entonces, el mejor remedio después de no pocos cabildeos y extraños sorteos, porque nadie quería hacerse cargo de semejante paquete, terminaba cuando lo mandábamos al arco para poder jugar tranquilos.

Peter era el dueño de la pelota y lo demostraba todas las veces que podía. Hasta nos miraba con cierto aire de suficiencia cuando aparecía con la pelota bajo el brazo, exhibiéndola como un verdadero trofeo.

Encima, no podíamos enojarnos porque cuando se comía seis o siete pepas y le rezongábamos por su lentitud y distracción se iba llorando con la pelota bajo el brazo y por dos o tres días no aparecía, lo que nos obligaba a volver a la de goma y lamentarnos al ver cómo se aplastaba contra la tierra, asfixiada bajo la goma de nuestras zapatillas.

Este anecdótico recuerdo de mi niñez que seguramente muchos de los lectores lo habrán palpado también en su juventud y vivido en diferentes formas, apareció de nuevo cuando no hace mucho vi una emisión del programa "Estudio Fútbol" por el canal TyC.

En una mesa donde participaban algunos reconocidos periodistas deportivos como Alejandro Fabbri y Horacio Pagani, estaba también un personaje que después supe que era "el gordo Marcelo Palacios" y fue en ese momento cuando lo relacioné con el gordo Peter de mi niñez, porque su imagen mediática también es la de dueño de la pelota. Y como aquel compañero de juegos de mi infancia resulta ser un salvavidas de plomo cada vez que uno lo tiene cerca. El gordo Peter podía pasar horas y días asistiendo a discusiones sobre fútbol pero él sólo denunciaba su amor por River aunque no tenía idea cómo formaban los miyos, dónde estaba el estadio y menos quiénes eran esos tipos "Labruna y Lousteau".

Uno podría ser acusado de cometer un acto discriminatorio cuando se hace referencia peyorativa a la palabra "gordo", pero este tipo sentado ahí, en el set, acariciando una pelota de fútbol y balbuceando frases ininteligibles y comentarios fuera de lugar que se relacionan más con su vida privada, con la de su familia y amigos, que con los temas que se ponen a discusión a diario en el programa, es un absurdo.

Es evidente que por algún motivo que deberíamos buscar en el circo en que se ha convertido nuestro deporte más popular y su ulterior contagio a los medios informativos, "alguien" banca su permanencia en la TV arriesgando el trabajo y el esfuerzo de otros.

Tanto la producción como la dirección periodística del programa no parecen haberse enterado de lo ridículo que es exhibir descarnadamente a una persona que no parece contar con la simpatía de sus compañeros, toda vez que es corregido "al aire" cada vez que comete un exabrupto o un error verbal gramatical.

De este modo el programa ha penetrado en una confusa y patética versión de la decadencia experimentada por los medios audiovisuales deportivos en lo que va de esta década.

El siguiente video muestra los recursos de los que se valen los detractores de Marcelo Palacios para desprestigiarlo en la web y que -según él- son unos pobres envidiosos de su éxito como periodista.