Cuando las selecciones que participan en el mundial de Sudáfrica no habían comenzado a jugar sentí como nunca antes el triunfalismo desmedido que empujaba a mis compatriotas a acompañar a la selección argentina, cueste lo que cueste, hasta la final; los clips televisivos más insólitos mostrando a un país detrás de las banderas azules y blancas, pero pasando antes por Garbarino con el "gordo" Casero abriéndote la puerta; los de Quilmes que no podían faltar a la cita vendiendo cerveza a rabiar mientras festejábamos los triunfos de Argentina; de Claro... mejor ni hablar, nunca vi propagandas más estúpidas; a toda esta parafernalia fetichista le debemos sumar los informativos de la tele conectándose con los periodistas enviados a Pretoria hasta cuando iban al baño; programas deportivos con las famosas previas de tres y cuatro horas para hablar gansadas todo el tiempo; las conferencias de prensa de Maradona, poniéndole puntaje a los muchachos y afirmando estar rodeado de 23 leones (ayer antes del partido con Alemania estaban en 8 puntos) y no sé cuántas ridículas cosas más. Mientras tanto, alemanes, españoles, holandeses, uruguayos, paraguayos... se mantenían cautos, a la espera de que sus divisas nacionales confirmaran en la cancha sus deseos de pasar a semifinales.
sábado, 3 de julio de 2010
¡QUÉ SILENCIO!
Se vino la noche
Hoy, en mi país, no se escuchan vuvuzelas, ni estruendo de bombos, ni petardos, ni gritos, ni bocinazos, ni cánticos triunfalistas, esos mismos con que me aturdieron durante 23 días. Lo puedo comprender: es irrespetuoso hacer escándalo en un velorio.
Pero no dejo de preguntarme: ¿ los argentinos, además de tarados, no seremos mufas ?
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